lunes, 29 de octubre de 2012

canela


Tres años después, apareció el segundo volumen, El país de la canela, una singladura homérica en la que hombres tan corajudos como crueles, emprendieron desde las alturas del Cuzco hasta la isla de Venezuela en la que Juan de Castellanos pescaba perlas. Ni los truenos ni los gélidos ventarrones; ni el desierto ni los peñascos inverosímiles; ni las corrientes indescifrables ni las flechas envenenadas; ni las hambrunas ni las enfermedades, detuvieron la inenarrable expedición que, buscando oro y especias, terminó encontrándose de lleno con el río Amazonas (o la 'Serpiente sin ojos', como lo llamaban los indígenas).
Laudable es la capacidad de supervivencia de estos españoles que comían correas y zapatos para no dejarse morir de hambre, que se resignaban a seguir viviendo mutilados y tuertos con tal de volver al Viejo Mundo con algún tesoro, y que eran capaces de construir barcos para no ser devorados por la selva. Administrando bien la ventaja de contar con caballos, perros y pólvora, masacraron a los habitantes del Perú (con la bendición de los curas) y se convirtieron en los verdaderos salvajes del Nuevo Mundo, y convirtieron a William Ospina en su mejor cronista.





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